LOUIS_AMSTRONG

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EL INSUPERABLE LOUIS AMSTRONG

OCTUBRE 30, 2018

Si lo esencial de la música es que tiene que ser música, sólo música y nada más que música, pura música, música pura y ya, entonces nadie puede llegar a la altura insólita de Louis Armstrong (1901-1971). Ni se creyó Dios sin Dios como Bach, ni se anduvo con sorderas necias como Beethoven; tampoco se las dio de ser más cabrón que bonito como Schoenberg. Jamás se comportó como intelectual en su torre de marfil como Frank Zappa ni salió con las lobregueces y repeticiones de Bob Dylan.

 

Porque en lo popular, Louis Armstrong no tiene pares. Los Beatles no le llegan ni a los zapatos a la hora de ser un virtuoso de la voz y la trompeta, don Carlitos Gardel suena a pura naftalina ante el Armstrong de su época. Miles Davis se cae de drogado y difuso. Astor Piazzolla se resbala con su propia baba.

Louis Armstrong es música. La música sublime del jazz. Quizás, entonces, Charles Chaplin en el cine, Pablo Picasso como pintor y Jorge Luis Borges como escritor sean de los muy pocos pesos pesados de la cultura del siglo pasado que estén a la altura de Armstrong.

En cada momento de su extensa biografía musical, Louis Armstrong emergió y se sostuvo en lo excelso, en lo más sublime de lo más sublime, hasta cuando se arriesgó a chocar de frente con lo cursi y limitado de las modas circunstanciales. Jamás simplificó su fórmula, nunca se confío a su fama. Nada lo contenía o reprimía y todo lo hacía estallar en modo musical perfecto, perdurable, lleno de sabiduría y de un humor inigualable. Una carcajada radiante de esa bocaza divina en lo humano, demasiado humano, de la síncopa en el jam y el improvise.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Captar al duende de las notas musicales y volverlo melodías capaces de ponerle carne de gallina a quien escucha, lo mismo que música para hacer mover los pies y danzar de modo emocionado. Música para levantar a los muertos y ponerlos a bailar como calacas de Posada.

Jazz divertido, jazz creativo, jazz siempre inteligente, jazz interpretado del modo más universal posible, con el feelin’ de lo caliente y movido de Nueva Orleáns y Chicago y con el “contra-stomp” pausado de lo “frío” de Nueva York y Los Angeles, siempre de los siempres sonando con una cadencia más caribeña que africana; porque el jazz de Louis Armstrong siempre se consideró originalmente un producto cultural americano, como el tango del antes mentado Astor Piazzolla, el bolero de Alvaro Carrillo o el rock de Elvis Presley.

 

Pero la gran virtud de nuestro trompetista insuperable es que nunca se creyó compositor y no llenó discos con sus dizque creaciones; siempre supo comportarse como un músico de veras popular, un intérprete genial del sentir común, de modo que muchos de sus covers ahora son inimitables y se recuerdan y conservan mil veces mejor que los supuestos originales.

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