No es ninguna casualidad que la República Sudafricana se conozca como el país del arcoíris. Su población sigue siendo absolutamente heterogénea, conservando cada grupo sus propias señas de identidad.
Por otra parte, pocos destinos en el mundo pueden competir con sus parques nacionales, con el esplendor de sus grandes ciudades, sus cientos de kilómetros de playas y lo padrísimo de sus paisajes.
Sería ingenuo pensar que en un par de semanas se puede conocer lo mejor de Sudáfrica, pero sí da tiempo para descubrir la esencia del lugar, sus inmensos contrastes e incluso asomarse a otros países cercanos, como al delicioso Suazilandia que parece anclado en una extraña burbuja del tiempo, a Zimbabue, donde se puede disfrutar en toda su grandeza de las célebres cataratas Victoria, o a Botsuana y su Parque Nacional de Chobe.
Cualquier momento del año es bueno para visitar esta parte del planeta pero al encontrarse en el hemisferio sur, su verano corresponde con nuestro invierno, por lo que hasta mayo o junio se dan las condiciones perfectas.
El punto de entrada es casi siempre Johannesburgo (o Jo’burg, como se la conoce allí). Es una gran capital, tan compleja como fascinante. Es cierto que hay barrios que todavía pueden ser muy peligrosos pero el viajero en general no va a tener ningún problema si actúa con sentido común. La mayoría de los hoteles se encuentran en la zona norte donde vive la población blanca y también se concentran los grandes centros comerciales, vale la pena también aventurarse por otras zonas como Melville, Greenside o Norwood, cuajados de restaurantes y lugares donde tomar una copa.
El parque Kruger, la estrella del lugar
En Pretoria no se suele hacer noche normalmente, se sigue camino a la provincia de Mpumalanga, dominada por las planicies de Lowveld y rodeadas a su vez por las montañas del Dragon o Drakensberg, donde se encuentran cimas que rondan los tres mil quinientos metros de altitud. Aunque el principal objetivo de los viajeros es el Parque Kruger, vale la pena pernoctar de camino en un lugar histórico como Pilgrim’s Rest. Declarado Monumento Nacional, nos da una idea de cómo podían ser los pueblos mineros relacionados con la fiebre del oro a finales del siglo XIX. A la mañana siguiente no hay que perderse desde la Ventana de Dios o God’s Window el cañón de treinta kilómetros de largo del río Blyde, sin duda uno de los atractivos naturales más impresionantes del país africano. Un lugar para explorar a pie con detenimiento y calma pero que quizás hay que reservar para un segundo viaje.
Largas y tranquilas playas
Se puede comenzar por las de la Costa de los Elefantes, en Maputaland, sin duda uno de los lugares más hermosos de esta parte del mundo, pero sobre todo hay que conocer las que rodean a Durban, otra de las grandes ciudades de la República Sudafricana. Con su paseo marítimo kilométrico bordeado de elegantes cafés, hoteles de lujo y tiendas de corte occidental, podría recordarnos a Miami o a Río de Janeiro pero solo hay que adentrarse un poco en el tejido urbano para descubrir sus múltiples facetas y su característico sabor zulú-hindú.
Para el final del viaje hay que reservar Ciudad del Cabo y la extensa y rica provincia del mismo nombre, para muchos viajeros el rincón más atractivo y fácil de disfrutar de todo el país. Aunque los contrastes sociales son tan fuertes como en cualquier otra parte, se respira un ambiente multicultural que se puede calificar como europeo, con multitud de barrios y pueblos, cada uno con su propia idiosincrasia.